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¿Qué es, de hecho, ganar almas? (Parte 1)

Predicarles a grandes multitudes puede masajear el ego de un predicador vanidoso, así como estar en ciertas posiciones dentro de la Obra que dejan a la persona en evidencia.

¿Qué es, de hecho, ganar almas? (Parte 1)

(Parte 1)

Predicarles a grandes multitudes puede masajear el ego de un predicador vanidoso, así como estar en ciertas posiciones dentro de la Obra que dejan a la persona en evidencia.

Por el hecho de que esa visibilidad alimenta la vanidad personal y trae beneficios terrenales, es común que veamos ciertos tipos de actividades en la Iglesia siendo disputadas, mientras otras, que no se destacan, son dejadas de lado. Por ejemplo, pocas personas se presentan con disposición para entrar en una cárcel, para llevar el Evangelio a un delincuente. También son pocos los que están sedientos por ir a un hospital a llevarles una palabra de fe a los enfermos.

En general, las personas aspiran a cargos que ponen sobre ellas reflectores, para que sus propios nombres logren destacarse. Sin embargo, la verdadera vocación y el compromiso con Dios son vistos en el deseo de llevar, aunque sea a una sola persona hasta Él o hacer, en Su Obra, aquello que a nadie más le gustaría hacer; y, debido a eso, ser capaces de entregarnos a un gran sacrificio.

Así hizo el Señor Jesús. Durante todo Su ministerio en este mundo, Él recorrió Israel de norte a sur, dándoles atención tanto a las grandes ciudades como a los pequeños pueblos en búsqueda de los afligidos.

Además de eso, no importaba si eran multitudes o una sola persona, Él proclamaba las Buenas Nuevas con el mismo empeño y fervor. Vemos eso cuando dio todo de Sí para salvar solo a una mujer de reputación dudosa entre el pueblo (Juan 4:4-30).

Para alcanzarla, el Salvador hizo un itinerario que la mayoría de los judíos no hubiera hecho. Él entró a Samaria, región despreciada por Israel, y Se sentó́ humildemente junto al pozo de Jacob, bajo el sol del mediodía, solo para conversar con aquella a la que Él quería salvar.

Para Dios, era imprescindible acercarse a la mujer samaritana. El Texto Sagrado indica eso cuando dice que, “…tenía que pasar por Samaria” (Juan 4:4).

El Altísimo tiene la Salvación del ser humano como Su prioridad. Para eso, rompe prejuicios, derriba barreras, cambia el camino y gasta el tiempo que sea necesario para no ser negligente en Su misión de ganar almas.

Además de la samaritana, Jesús dio todo de Sí para curar y salvar a un paralítico en el estanque de Betesda, lugar de enfermos, inválidos y olvidados por la sociedad (Juan 5:1-15).

Ese lugar estaba marcado por el mal olor y por la visión aterradora de las enfermedades graves e incurables. Allí, durante 38 años, un paralítico había conservado la fe de que un día sería curado.

Al decir: “Señor, no tengo a nadie que me meta en el estanque cuando el agua es agitada…” (Juan 5:7), el hombre paralítico enfatizó que nadie más se preocupaba por él, ni siquiera su familia. El Señor Jesús, sin embargo, dedicó un tiempo para ir a su encuentro y ponerlo de pie, tanto física como espiritualmente.

Continuara…

Mensaje substraído de: El Oro y el Altar (autor: Obispo Edir Macedo)

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