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Ella estaba enfadada y muy deprimida.

¡BLA, BLA, ¡BLA!

Ella estaba enfadada y muy deprimida.

Allí estaba ella, enfadada y muy deprimida.  La situación en su casa estaba fuera de control y, como es bien sabido, la paciencia tiene un límite. Sabía que no era por falta de oraciones y votos hechos a Dios, pues eso ya lo realizaba desde hacía años. Su marido todavía estaba desempleado, su hijo consumiendo drogas y su hija saliendo con malas compañías.  Todos sus amigos y parientes conocían su situación, pues le resultaba muy difícil fingir cada vez que alguien (cualquier persona) le preguntaba cómo estaba su vida. Estaba enfadada, era como si hubiese llegado a su límite. ¿Cuándo iba a acabar todo eso? Sollozaba de vez en cuando bajo la lluvia, en el autobús o en cualquier otro lugar donde se acordase de su familia. Ella, enfadada y muy deprimida.

¿No es así como muchas de nosotras reaccionamos ante los problemas que persisten? Nos decepcionamos cuando no vemos ningún cambio, y no sólo eso, sino que, después de tanto esfuerzo por nuestra parte, las cosas se ponen aún más difíciles.  La fe no trabaja dentro de un límite de tiempo. La fe es certeza.  Si consigues mantener la certeza en algo, aunque parezca que todo está mal, estás usando tu fe. Es una cuestión de confianza, por eso, a muchas personas les resulta difícil entenderla. En realidad, la fe no es para ser entendida. Fe es fe.

Muchas personas, cuando reciben una oración fuerte, vuelven a su asiento o regresan a casa y se ponen a buscar una prueba que demuestre la eficacia de aquella oración y, cuando no ven ni sienten nada, rápidamente consideran que aquella oración fuerte, fue otra oración más sin resultado. Desconocen que perdieron su bendición en el exacto momento en que permitieron que las circunstancias externas “probasen” que su fe estaba equivocada. La persona comienza a reclamar: “Nunca pasa nada en mi vida, debe haber algo mal en mí o en la iglesia…  ¿por qué Dios no responde mis oraciones?”  etc. etc. La reclamación espiritual comienza en la mente, influida por pensamientos procedentes de cualquier persona, menos de Dios. El caos en la mente se vuelve tan descontrolado que la persona no consigue contenerse y comienza a desahogarse con las personas.

Cuando reclamamos o refunfuñamos respecto al retraso de nuestras bendiciones, de esa manera evitamos que las bendiciones vengan sobre nosotras. Cada vez que reclamamos alguna cosa con alguien, que no sea Dios, en realidad estamos dudando de que Él tenga el control de nuestra vida. Si creemos, no importa cuánto tiempo permanezcan las circunstancias adversas, continuaremos confiando que Dios tiene el control.

Tal vez, digas que es muy difícil y que necesitas expresarte de alguna forma. Tienes razón, pero ¿por qué expresarse con personas que no pueden hacer nada al respecto? Si tienes que desahogarte, “hazlo con Dios, reclámale a Él. Cuéntale tus frustraciones a Dios, solamente a Él; a fin de cuentas ¿no dependías de Él?

Moisés siempre se quejaba a Dios de sus problemas, y Dios, se agradaba de su dependencia. Sin embargo, un día él se quejó al pueblo sobre un milagro que Dios iba a realizar – que fue realizado por medio de él – y perdió el derecho a entrar en la Tierra Prometida (lee Números 20:10). Una simple queja, ¡una gran pérdida!

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